En una de las últimas comunicaciones de Manolo N. P.
se sugerían opiniones o comentarios sobre la experiencia (yo prefiero llamarlo
vivencia) recientemente vivida en Sierra Nevada. Pues bien: hace tan sólo unas
horas prometí a Manolo dedicar unas líneas acerca de tales sensaciones.
En primer lugar, quiero decir que cuando se plasmó
el proyecto de tal fin de semana montañero, no me lo pensé casi nada: yo quería
participar. Quiero decir: tras varias travesías pirenaicas y múltiples y variadas
travesías por las Sierras de Cazorla y Segura e incluso una (que me resultó muy
dura por cierto) hace más de un año y medio por los Picos de Europa, y también
tras conocer algo de la Sierra de Madrid (Guadarrama-Peña Lara, La Pedriza...),
tenía dos asignaturas pendientes pero que muy pendientes: Sierra de Gredos y
Sierra Nevada. Por tanto, la oportunidad y ocasión de poder
"invernar" algún fin de semana en esa Sierra Nevada era ésta, y ni
quería ni podía dejarla escapar.
En tal sentido, los días previos al desplazamiento a
Sierra Nevada me provocaron nervios, inseguridad, inquietud y temor. Por dos
razones: no disponía del material técnico necesario que me garantizase una
plena confianza allá en las alturas donde la nieve y el hielo te las hacen pasar
canutas (por no tener ni tenía botas apropiadas y nada de saco de dormir para
alta montaña, ni infiernillo, ni el "plumas", ni
tienda....ni.....ni.....ni....), y por otra parte, alguien muy muy conocedor de
esa zona me comentó con plena seguridad que el itinerario previsto y proyectado
era absolutamente inviable e inejecutable para un grupo tan numeroso como son
10-12 personas, algunas de las cuales (como yo) no andamos nada sobrados en
experiencia sobre tales nieves e hielos. Lo cual, esto último, me llevó a
pensar en las vísperas del fin de semana granadino e incluso ya sobre la propia
marcha, que se trataba de lo que yo he denominado "Un delirio de
Manolo". En este caso concreto, el delirio de Manolo. Vaya por delante al
respecto que hace tan sólo unas horas, sobre la barra del bar, ya me tomé la
libertad y confianza de hacértelo saber, y afortunadamente, no sólo no te
molestó tal observación, sino que (y gracias, de verdad) lo entendiste y lo
aceptaste. Me alegro de corazón de tu flexibilidad, comprensión y afabilidad al
respecto. De verdad.
Probablemente este apartado que acabo de comentar
sea lo único "negativo" que pueda comentar sobre el viaje. Pero
incluso hasta podemos borrar lo de "negativo" (tomando delirio como
algo sintomático de locura, de irracionalidad, de alucinación...). Quiero
decir: podríamos tomar lo de delirio en sentido positivo como algo rebosante de
entusiasmo, de fogosidad, de pasión...como algo visceral y volcánico....como un
huracán irrefrenable....E incluso como una entrega y una hasta entrañable y
honestísima generosidad. Y eso, amigos, es algo bonito, muy bonito,
deliciosamente bonito para alguien como yo.
Pero no. Lo malo o lo peor de la expedición no ha
sido esto. Lo peor fue lo que sucedió el domingo, tras descender de las laderas
del Mojón Alto-El Cuervo. Lo peor fue la aventura que te tocó vivir, Manuel
N.P., durante demasiadas horas en lo que comenzó por ser la búsqueda del saco
perdido (el saco volador). Hasta ahora (y llevamos ya muchos kilómetros de
montañas recorridos juntos) nunca te había visto tan descompuesto, destrozado y
maltrecho tras un día de alta montaña. Por supuesto que no voy a entrar ahora
(ni es momento ni es lugar) a analizar las circunstancias que motivaron las muy
desagradables y durísimas horas que te tocó vivir en esa "travesía
particular de domingo para dos". Me has comentado que te tocó hacerlo como
responsable y cabeza visible de grupo. Menos mal que ha habido ocasión de que
me lo pudieras comentar y explicar. Me convenciste y lo acepto, y no sólo eso,
sino que incluso me lo tomo además como enseñanza, aprendizaje y ejemplo,
Manuel N.P. Gracias.
Todo lo demás ha supuesto para mí lo que yo deseaba:
una vivencia completamente nueva y satisfacer una inquietud que anidaba en mí
desde hacía un tiempo.
Por supuesto que los horizontes y paisajes divisados
me han encantado (nunca olvidaré la silueta de esas tres figuras que durante
horas y horas acompañaron a nuestros ojos, como son la Alcazaba, el Mulhacén y
el Veleta) amparados y cobijados nosotros por la suerte de una excelente
climatología (madre, dueña y señora para disfrutar de una buena jornada o
jornadas de alta montaña). Esos mantos blancos que a modo de tarta de merengue
se extendían centenares de metros hacia arriba; el brillo de los hielos
acariciados por el sol, allá por esas alturas a partir de los 2.500 metros;
esos valles y barrancos no enterrados, sino ennevados, a la derecha de nuestro
itinerario; la dulzura del camino de La Estrella; la exigencia de la cuesta de
Los Presidiarios; el maravilloso oasis de La Cucaracha; el alegre, fresco,
transparente, saltarín y recién nacido Genil... Y sí, claro que sí, con
esfuerzo, con la frescura física que proporciona la ida en el ascenso, y con la
fatiga al día siguiente en el descenso...
Todos o casi todos hemos vivido jornadas más duras
en algún momento de nuestra trayectoria senderista-montañera. Hemos vivido
jornadas más extenuantes en determinadas etapas de otras travesías. No han sido
dos jornadas absoluta y totalmente extenuantes. Bueno, en realidad, para ti
Manuel N.P. la del domingo sí que lo fue, por desgracia. No así (por suerte
para los demás componentes del grupo).
La novedad, la gran novedad, lo que realmente nos
tocaba vivir de nuevas era la noche en la nieve. Eso era lo realmente novedoso,
inquietante y turbulento. Y cosas de la vida: no pasé tanto frío como esperaba.
Por un lado porque no nos cayeron los 10 ó 12 grados bajo cero que yo esperaba
(al dormirnos y despertarnos el termómetro no descendió por debajo de los 7
bajo cero.
A nadie de los que allí estuvimos nos cabe duda de
que el peor momento fue cuando nos tocó montar las tiendas, entre el glacial
viento y el frío congelador. He de admitir que para mí fueron unos minutos
terribles, desesperantes, desalentadores y depresivos. Una especie de
pesadilla.
Pero justo a partir de ese peor momento es cuando
comenzó a germinar la gran vivencia: cuando a partir de ese crepúsculo apareció
la magia, la generosidad y la solidaridad humana en forma de compañeros que lo
ofrecieron y lo dieron todo: con su mejor espíritu, con su mayor entrega, sin
un mal gesto, ni una mala cara ni una mala palabra. Desde ahí hasta el
desmontaje del campamento. En esas horas crepusculares, nocturnas y
amanecedoras es cuando me dí cuenta de la importancia y el valor de lo que
estábamos viviendo: la ayuda, la colaboración, la generosidad, la solidaridad,
el compañerismo, el esfuerzo, el sacrificio y la entrega.
Había que superar la situación y entonces, durante
esas horas, viví y experimenté lo más bonito de ese momento para vivir: uno me
guió, uno me proporcionó el cobijo en la fría noche, una me alimentó y apagó mi
sed con su llama, uno me alegró con su licor y los otros (que no es poco y es
mucho) estaban allí, conmigo.
GRACIAS. MUCHAS GRACIAS. POR SIEMPRE.
Pablo Caja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario